Por | Carlos Castillo Quintero
En 1985 el escritor alemán Patrick Süskind publicó El perfume: historia de un asesino, novela en la que el arte de un genio perfumista tiene un status superior al de la vida misma. En ese mismo año, que comenzó un martes, nació Julio Medrano, el autor de Mandarina Killer.
El título de este libro parece anticipar de qué trata; en él se percibe la frescura paradisiaca de un cítrico y, también, el carmín avinagrado de la sangre y su textura. Pero eso no es cierto, Mandarina Killer no es una novela, sino más bien un blog regentado por un periodista marginal y desempleado que se esconde detrás del nickname Mandarina Killer; un hombre acorralado por la enfermedad y las adicciones que ama, escribe, y discute con una irrisoria comunidad invisible de seguidores a los que no ha visto nunca, pero que conoce muy bien. Uno, igual a la mayoría de nosotros.
En este libro se habla de música, de cine, de literatura y, sin mencionarlo, se habla de Charles Manson, o mejor de la sensualidad rasgada de su voz cuando canta Sick City, aroma de una ciudad enferma, habitada por gente inquieta que nunca está satisfecha. Ese es uno de los aciertos de la novela: tomar algunas calles de Tunja, algunos de sus barrios marginales, y algunos de los sitios icónicos de la ciudad, olorosos a orines y tabaco, y convertirlos en una geografía de ficción destinada a sus lectores, despojada ya para siempre de su naturaleza de barro y asfalto. En Mandarina Killer Julio Medrano deconstruye a Tunja, la despoja de los encapuchados y de los flagelantes de Semana Santa, y la convierte en una ciudad literaria a la altura de otras como Buenos Aires, Dublín, o Barcelona. En la Tunja de Julio Medrano caminan fantasmas de papel y tinta que desconocen su inexistencia y que, con mirada atenta, leen noticias viejas y fraccionadas en el periódico mural del Pasaje de Vargas; fantasmas que cumplen una liturgia diaria y obsesiva animada por el café oscuro, el pielroja, los libros robados, las fotocopias, y la marihuana.
En El escritor y sus fantasmas, ese libro de difícil clasificación, Ernesto Sabato se entrevista a sí mismo, y aprovecha para responder preguntas banales de periodistas que nunca lo han leído. Por ejemplo, ante aquella recurrente curiosidad del lector común que duda sobre si lo que está leyendo corresponde a eventos vividos por el autor, o no, a propósito de El túnel, Sabato responde:
Ninguno de los episodios fundamentales de esta narración está meramente tomado de la vida real, empezando por el crimen: hasta hoy no he matado a nadie. Aunque las ganas no me han faltado. Y es probable que esas ganas expliquen en buena medida el crimen de Castel, porque en un sentido más profundo, no hay novela que no sea autobiográfica, si en la vida de un hombre incluimos sus sueños y pesadillas[i]. (Pag 13).
Cito a Sabato porque al leer Mandarina Killer, la novela escrita por Julio Medrano, de quien he sido amigo durante los últimos quince años, viví momentos de incertidumbre en los cuales olvidé que los buenos escritores son mañosos y hábiles en su juego de máscaras. No supe qué era real y qué no. Olvidé que estaba leyendo ficción y me sumergí en la vida de Camilo Torres, el protagonista del libro, leí las entradas de su blog que firma con el nickname Mandarina Killer, leí los comentarios que sus lectores hicieron a cada entrada, estuve de acuerdo o en desacuerdo con sus respuestas, y en alguna fría noche tunjana extrañé la piel cálida y dispuesta de Lucía, la prima de Camilo, la espié por la rendija de un baño, gemí, me escondí bajo su cama, odié al doctor Pérez y a sus hijos aprendices de inglés, fui a comer empanadas en la cigarrería Tío Tom y, alucinado, en alguna de esas noches de lectura vi que una bella mujer se lanzaba desde un sexto piso, envuelta en unas sábanas blancas manchadas de semen y de otros fluidos, gritando que ella no era Remedios la bella, ni mucho menos. Vi lo que quizá hace parte de los sueños y de las pesadillas de Julio, situaciones y seres que en este libro se encarnan y nos miran de frente, como las abuelas bien educadas dicen que no se debe mirar a nadie.
En el 2006 hicieron una película basada en El perfume: historia de un asesino, la novela de Süskind. Fue para mí una experiencia extraña ver a Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista, moviéndose por los intestinos de una pantalla de cine como si estuviera vivo de verdad, como si fuera real, como si se hubiera escapado del libro. Espero, por el bien de todos, que Camilo Torres permanezca atrapado en Mandarina Killer, y que no tenga amigos ni seguidores en redes sociales. Aunque quizá, a esta altura, eso ya sea inevitable.
[i] SABATO, Ernesto. El escritor y sus fantasmas. Aguilar Editor, 1964.acebookWhatsAppTwittermp
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