Leer en el parqueadero del San Andresito

Quería escribir sobre literatura y el Pasaje de Vargas en Tunja. Pero, en mi irresponsabilidad con ofrecer la verdad al lector (si la mereciera), debo decir que ya no leo ni escribo en ese sitio. Los últimos años frecuento el parqueadero del San Andresito. Digo esto con el miedo de caer en el cliché de café, cigarrillo y libro . A dos cuadras de la Plaza de Bolívar, hay un centro comercial llamado San Andresito, con un amplio parqueadero donde hay un café de sillas de durísimo plástico, tambaleantes mesas metálicas, y donde por mil pesos te venden un tinto oscuro , de greca, como antaño, tinto que al primer sorbo sientes que te perfora el esófago . Y se puede fumar. Allí las tenderas aguantan mi silenciosa presencia durante dos o tres horas, con tres tintos y seis cigarrillos, según me atrape el libro que lleve. Entre algunas de mis recientes lecturas están El libro del desasosiego de Pessoa, Estrella Distante de Bolaño, La muerte feliz de Albert Camus, y novelas de autores boyace

Black Widow: “Ante tanta podredumbre contra la mujer, hagamos música”


Diez y media de la noche. Caminábamos con unos amigos por La Plaza de Bolívar de Tunja que amenazó violentarnos con sus visitantes extranjeros y sus ladrones de siempre [lucían sus agujereadas camisetas de equipos de fútbol (ese día jugaban Cali contra Nacional)]. A la policía le dejó de importar lo que sucede en el centro de la ciudad después de las diez de la noche, son como los buses de transporte público, el que se salvó lo logró antes de las diez, el resto abordará un taxi o se arriesgará a llegar a casa sin celular. No me malinterprete, no afirmo que todas las noches ni en toda la ciudad se encuentre uno con bandoleros [he tenido la suerte de tener cara de puñetero y pinta de no tener dinero], solo digo que uno debe aprender por dónde caminar y dónde comprar licor barato, lógicas fundamentales para sobrevivir en cualquier ciudad. Las cámaras que la policía dice que vigilan la Plaza no sirven, o nadie las vigila, estoy seguro de esto porque apenas unas semanas atrás mataron a un hombre en la esquina de la Catedral en pleno centro, con arma blanca, un sábado y a mediodía; porque los carros -oficiales o no- ingresan a los pasos exclusivos para peatones y destruyen los faroles y los bolardos y no sucede nunca nada; porque los niños con sus bicicletas atropellan palomas los domingos en la mañana y no hay agentes golpeadores que lo impidan; insisto, esas cámaras no sirven.

En la entrada del bar Classic rock estaba pegado el cartel de la noche: David Acuña, Piromanía, y, Black Widow; bono de apoyo: 10 mil pesos, incluye cerveza. Ascendimos por las amarillas y estrechas escaleras. Las viudas negras estaban al fondo del bar, montadas en el escenario de luces cambiantes azul y rojo, sonaban estridentes el bajo y la guitarra en un amplificador Marshall y un bellísimo Orange. Tania en el bajo, Isabel vocalista, Catalina en la guitarra, y Carlos Peña en la batería [que esa noche reemplazaba a Lorena Peña (hermana de Carlos) quien es la integrante base pero estaba salvando canguros en Australia, al menos creo que eso fue lo que me dijeron Catalina y Tania cuando hablé con ellas al término del concierto].


Foto | Archivo personal

El público eran solo unas veinte personas -y no me incluyo porque llegué tarde-, increíblemente estaban sentadas. Con cerveza en mano cabeceaban al ritmo de las canciones de Black Widow. Percibí que les gustaba ese sonido, conozco el vaivén de cabezas cuando algo realmente convulsiona dentro de uno [como escuchar por primera vez en tu vida Nazi punks fuck off de los Dead Kennedys, no queda más opción que agitar(se)]. Algunos miraban fijamente los dedos en los acordes de la guitarra, otros bebían, otros hablaban del notorio embarazo de la vocalista, otros bebían, otros admiraban el tempo de la bajista, otros se preguntaban por la baterista, otros bebían. Y en todo esto, tomé un par de fotos a la banda porque me parecían geniales, mientras me preguntaba por qué diablos no hay más mujeres en Boyacá haciendo metal [o quizá las haya y no he me he esforzado por verlas (rescato acá a Vengeance Plesaure por su vocalista)]. Cuando terminaron de tocar les pedí una entrevista, como si fuese un periodista, o al menos pudiera coordinar mis palabras con lo que pensaba, ¿han escuchado la frase ‘beber como cosaco’?, pues deberían cambiarla por ‘beber como boyaco’. Yo no parezco boyacense y me embriago más rápido que el promedio de mis paisanos.

Catalina López fundó la banda Black Widow en Duitama, en el año 2012, y, mientras ella aguantaba el tufo de mi ser, me dijo: “Empezamos siendo una banda de covers, pero ahora tenemos siete canciones propias y hay otras más en proceso. Más allá de la idea de que todas fueran mujeres, es que todas fueran apasionadas por la música. No tenemos ninguna canción que hable como tal de temas feministas, pero la idea es involucrarnos más con esto. Tania (bajista) por ejemplo escribió una canción hermosísima que se llama Vamos, dedicada a su hija. Tania también es muy dada a lo social. Yo, por otro lado, escribo temas más románticos y sobre el maltrato animal. Es que en sí, la banda habla de muchas cosas”.



En la grabación de la entrevista [que ahora escucho], descifro mi embriaguez, el seseo producido por la cerveza y el Bacardí limón que había ingerido antes de llegar a Classic bar. Le pregunto a Catalina acerca del género de Black Widow porque no pretendo encasillarlas. “Empezamos como Hard rock, igual tenemos covers a Kraken, a Whitesnake, a Bon Jovi; y en nuestro repertorio hay temas propios, por supuesto; pero, queremos darle más peso a la banda, jugando un poco más con el ritmo, y sabemos que todo es un proceso de exploración”, dijo Catalina.



Sigo parloteando pero esta vez mientras grabo una conversación con Tania [que es más monólogo de la entrevistada (por eso no soy periodista)]. “Quisimos reunirnos porque vimos que en cualquier lado de Boyacá solo hay grupos de hombres y, aunque este es un departamento machista por donde se quiera mirar, quisimos arriesgarnos, mostrarnos y así decirles también a otras mujeres que podemos hacernos espacio, incluso entre este estilo de música que está plagado de hombres. No queremos llegar a la fama, sino poder abrir un camino y lograr tener un impacto con nuestras letras. Al comenzar el proyecto nos dijimos «Ante tanta podredumbre contra la mujer, hagamos música». Pero la lucha no es solo en la música sino también en todos los ámbitos, en la familia, en la sociedad, con los hijos, con todo”.


De izq. a der.: Isabel Silva, vocalista; Tania Espitia, bajista; y, Catalina López, guitarrista. Foto | Archivo personal

Me despido de Tania. Tienen afán por irse, deben volver a Duitama. Entonces caigo en la cuenta de que no la dejé disfrutar de una merecida cerveza. Les digo gracias mientras ellas se suben al carro de Carlos (baterista).

Si hablamos del Metal como contracultura [bordeando lo musical], no es difícil comprender que guarda una naturaleza machista [le pido que no huya querido headbanger, que esto no va de feminismo (ni aparentará serlo)], pues es un género que procura dar voz de grito y puño arriba para decir resistencia, pero que no ha podido desprenderse de los estereotipos propios de la sociedad de la que ha surgido, no se ha sacado aún del todo esa moral dictada desde las enaguas de un hombre. Es común que el Metal sea mucho más escuchado e interpretado en los sectores sociales más bajos, porque hay en estos unos mismos campos de desigualdad económica, política, académica, etc. Por esto mismo es común ver más hombres que mujeres en el Metal. La mujer al sentir que con la música puede expresar repudio a esa misma desazón social, pues ha agarrado sus instrumentos y se ha trepado a las tablas.

Cuando una mujer sube al escenario, el público no solo se fijará en su interpretación musical, en su técnica, sino que se detendrá más tiempo a observar si la(s) integrante(s) caben en los conceptos de modelo que reclaman los publicistas para sus comerciales de cerveza Águila o para las portadas de discos de Heavy Metal; pienso que por eso al público le ha costado pararse de las sillas esta noche, y son pocos los que disfrutan de la música; las detendrán al finalizar la presentación para acosarlas con entrevistas pusilánimes y no las dejarán tomarse una merecida cerveza.

Debo decir también que son pocas las veces, contadas con los dientes tirados en el suelo después de un mosh pit, que grupos musicales femeninos son invitados [sin tener que pagar] a ser la banda especial del concierto, y no a formar parte de otro más del grupo de teloneros.

—Pero eso también pasa con los hombres— dirán ustedes.
—Sí, pero no de igual manera —respondo al lector.

Las mujeres dan batalla, cuestionan los discursos tradicionales, luchan por poder decidir en sus vidas, en sus cuerpos, sus palabras, sus actos, su música. Han pasado de ser modelos de portada de disco de Heavy Metal, a ser quienes lo interpretan. Sé que esto no es nuevo y el listado de mujeres y bandas femeninas en Colombia es larga, pero en una de las regiones más machistas y moralistas de Colombia como lo es Boyacá, pues apenas se empieza a ver. En el departamento han surgido proyectos con voces femeninas, no las voy a sepultar ni es mi propósito pasar por encima de su trabajo, pero puntualmente como Black Widow, no hay banda de metal hecho por mujeres que haya sobrevivido como ellas.

Volví a la mesa con mis amigos. Agarré mi cerveza y les dije ¡Larga vida al metal hecho por mujeres! Y uno de ellos no tuvo compasión y sin más escapatoria dijo: No me gusta el Hard rock.


Publicación original para EL DIARIO
>> https://periodicoeldiario.com/black-widow-ante-tanta-podredumbre-contra-la-mujer-hagamos-musica/

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