Quería escribir sobre literatura y el Pasaje de Vargas en Tunja. Pero, en mi irresponsabilidad con ofrecer la verdad al lector (si la mereciera), debo decir que ya no leo ni escribo en ese sitio. Los últimos años frecuento el parqueadero del San Andresito. Digo esto con el miedo de caer en el cliché de café, cigarrillo y libro . A dos cuadras de la Plaza de Bolívar, hay un centro comercial llamado San Andresito, con un amplio parqueadero donde hay un café de sillas de durísimo plástico, tambaleantes mesas metálicas, y donde por mil pesos te venden un tinto oscuro , de greca, como antaño, tinto que al primer sorbo sientes que te perfora el esófago . Y se puede fumar. Allí las tenderas aguantan mi silenciosa presencia durante dos o tres horas, con tres tintos y seis cigarrillos, según me atrape el libro que lleve. Entre algunas de mis recientes lecturas están El libro del desasosiego de Pessoa, Estrella Distante de Bolaño, La muerte feliz de Albert Camus, y novelas de autores boyace
Mujer contra mujer
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Screenshot de Psicosis, Alfred Hitchcock. 1960.
Aguante, no se baje la cremallera de la bragueta, esto no va de escena lésbica. Y a los fanáticos de Ana Torroja quizá también les decepcione.
Ella fue interceptada por un sujeto que la abordó y la persiguió, Ella le dijo no me joda más, pero él la siguió hostigando, “pegándose a su cuerpo y arrinconándola”, por lo que Ella tuvo que pedir auxilio. A cambio recibió risas y señalamientos.
Fue noticia nacional. Y ya. Un abrazo, una foto y un like
Luego Ella denunció ante la Policía, y compartió su horrible experiencia en redes sociales; algunas mujeres se vieron identificadas con el caso, alistaron su valentía, carteles y marcadores, treparon la loma hasta la Plaza de Bolívar y gritaron: Estamos cansadas.
Grosso modo, esto fue lo ocurrido en Tunja durante esta última semana de mayo. Digo generalmente porque pareciera que a la gente lo que le importa son los detalles de tipo periódico amarillista, como si el sujeto la tenía grande, firme y babosa, si Ella estaba en minifalda o en trusa deportiva, si la comunidad incineró con gasolina al acosador o lo ovacionó. Lo cierto es que la noticia parece no ser noticia para esta gente inerte colombianita, pero es que ni se aterran con la violación a una niña, o con la violación e intento de feminicidio a una anciana de ochenta años, pues qué les va a importa un acosador que pega sus miserias contra una mujer.
Resulta que con la denuncia aparecieron cuentas en redes sociales que se burlaron de lo ocurrido, que castigaron a la víctima con una dosis de virulenta rabia e inteligentísimos apuntes sobre el concepto contemporáneo de belleza. De mujer a mujer, fueron creando una red de insultos. De mujer a mujer, fueron despreciando el grito que Ella había dado para pedir auxilio. Leí: “No hay peor enemigo para una mujer que otra mujer”, y vea cuánta razón tiene el señor que lo escribió.
“Lo que deberían es dar las gracias”
Fue lo que digitó una mujer en su cuenta de twitter, como si en vez de inyectarse el Botox se lo hubiera inhalado, como si la silicona se le hubiera escurrido y atrofiado en los dedos. Si no me cree pues acá abajo inserto el tuitazo.
De esta generación de siliconadas tuiteras, de señoritas que se entregan al traqueto para llevar su vida de lujo, de amparitos Grisales que dicen trabajar muy duro por el bien del país, líbrame señor. Y es que si Dios fuera mujer también andaría por el cosmos en minifalda, y seguro esperando el piropo de un desesperado narco sacado de por allá del Ubérrimo. Pero como no es el momento, ni el tiempo, ni el espacio para hablar de la Nada, después retomaré el tema de la ausencia.
Incluso algunas ni creyeron en la veracidad de lo sucedido. Acá en este lodazal llamado Colombia apalean a la víctima, esta piara de cerdos agarran el celular sin mediar letra, y ¡tan!, un tuit nuevo. ¿Cuántos no se han suicidado por culpa de esta gentuza? ¡Ay!, tan famosos, tan valientes los tuiteritos. Es que no saben, pobrecitos, que esos hijueputas acosadores son enfermos, que no les importan estereotipos de belleza, ni edad, ni raza, para ellos culo es culo y lo morbosean, lo manosean, lo van atracando a pellizcos y a vergazos. Acá lo verdaderamente infame es que estos degenerados son alabados por otros más enfermos a través de redes sociales.
Ausencia de solidaridad
Dicen que los movimientos feministas están acabando con los verdaderos hombres. ¿Cuáles hombres? ¿Los que se masturban en los buses? ¿Los que andan restregándose las miserias en las filas de los bancos? ¿Los que babean su semen en las faldas de colegialas? ¿Los que aprovechan su escala laboral para ordenar horas extras? ¿Los que abusan sexualmente de una anciana de ochenta años? ¿Los que van pellizcando culos por la calle? ¿Los que a punta de machete o navaja intimidan a la víctima por una mamada? ¿Los que dopan a sus compañeras en las fiestas de fin de año? Esos verdaderos hombres, que hacen parte de cualquier familia, estrato, cargo, esos que se acaben, que mueran en el cadalso.
Acá no importa si es de género, acá caben hombres, mujeres y niños, todos a acabar con esa partida de hijueputas que se creen muy valientes mostrando sus miserias por la calle, que en su infinita incapacidad de coqueteo, se lanzan como bestias a la presa.
¡Pero qué solidaridad puede encontrar uno acá! Si estamos sumergidos en una sociedad en la que el abuso sexual contra las mujeres se considera como delito provocado por ellas mismas, donde los hombres acosan al amigo para que muestre el video porno que grabó con la expareja, donde la homosexualidad se considera enfermedad, donde estado y sociedad protegen al violador y al asesino y le dan techo y comida.
Mientras, Ella debe volver a casa con la imagen terrorífica de aquél fofo imbécil persiguiéndola, y en el celular y en la conciencia, una pila de comentarios hinchados de veneno que le dieron a cambio de denunciar.
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