Quería escribir sobre literatura y el Pasaje de Vargas en Tunja. Pero, en mi irresponsabilidad con ofrecer la verdad al lector (si la mereciera), debo decir que ya no leo ni escribo en ese sitio. Los últimos años frecuento el parqueadero del San Andresito. Digo esto con el miedo de caer en el cliché de café, cigarrillo y libro . A dos cuadras de la Plaza de Bolívar, hay un centro comercial llamado San Andresito, con un amplio parqueadero donde hay un café de sillas de durísimo plástico, tambaleantes mesas metálicas, y donde por mil pesos te venden un tinto oscuro , de greca, como antaño, tinto que al primer sorbo sientes que te perfora el esófago . Y se puede fumar. Allí las tenderas aguantan mi silenciosa presencia durante dos o tres horas, con tres tintos y seis cigarrillos, según me atrape el libro que lleve. Entre algunas de mis recientes lecturas están El libro del desasosiego de Pessoa, Estrella Distante de Bolaño, La muerte feliz de Albert Camus, y novelas de autores boyace
Tunja, escenario para el diablo
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Infernal, la legendaria banda colombiana de Black Metal, por primera vez en Tunja gracias al evento de Metal Subterráneo. Foto: Boris Bernal Díaz.
The intense cold attends to the call. Infernal, War forever
Las palabras ‘black metal’ entraron en la lista de la propaganda política del país. Impuesto el sin sentido y la paranoia colectiva, el género de la música metal más vendido por los medios, se hizo sentir en Tunja. El pasado trece de octubre se realizó el concierto Metal Subterráneo en su versión número seis. La banda esperada por todos los asistentes era, desde Medellín, Infernal.
Durante la segunda semana de octubre, el clima cambiante y caprichoso de Tunja, quiso con el picudo sol marchitar a las hierbas de los parques y hacer bullir la sangre de las cabezas calvas. Así, hasta el sábado trece, cuando el cielo ceniza amenazó con dejar caer las lluvias cotidianas, como si alguien sentado al borde del Pozo de Hunzahúa hubiera echado un rezo para que la cortina de niebla descendiera como escenografía del concierto que se daría ese día.
A las 9 horas de la noche, no llovía, pero el culto de las bandas estaba listo para apartar la calma conservadora de Tunja. En la calle de El Virrey, desde el Pub Martini se escuchó el primer desgarro de una voz hiriente acompañada por ritmos vertiginosos y oscuros de las primeras bandas locales, Insurrección seguida por Hell’s Wrath. Las chaquetas de cuero y las ropas negras ocultaban los enjutos espíritus paganos que asistieron al concierto. Afuera se veía cómo las brujas, guiadas por las gigantescas humaredas de cigarrillo, detenían sus carruajes en el lóbrego cielo para atender al llamado de la magia negra.
Medellín en Boyacá
El crepitante aullido de Majestic Fire (Rubén Restrepo), arrancó la mudez de la ciudad, mientras la electricidad de su guitarra Ibanez se hundió entre las miradas de hierro de los asistentes e hizo temblar la espuma de las cervezas. Las musarañas y las palomas huyeron a esconderse bajo el polvoriento techo de la Catedral. Infernal, una de las bandas representativas del Black Metal colombiano, era esperada por metalheads tunjanos desde que fue creada en Medellín en 1994 bajo el entonces nombre de Culto Infernal. Esa noche se presentó por primera vez en la capital boyecense, sin duda fue para los más veteranos una presentación de Black Metal inolvidable, con canciones destinadas a ser himnos, y con la excelente interpretación musical que caracteriza todos los conciertos de la banda antioqueña.
Cuando acabaron de tocar, los aplausos y las manos con los cuernos arriba, hacían reverencia a la rica composición y ejecución de los temas. Rubén, un hombre reconocido en la escena del metal en Colombia, y que aún trabaja con entrega y autogestión para dar a mover a sus bandas, apenas tuvo tiempo de guardar las líneas y la guitarra cuando el público se acercó a mostrarle el respeto y la admiración que le merecían, Majestic Fire posó un rostro sencillo y apacible en cada foto a la que fue invitado.
Los encargados de cerrar el evento Metal Subterráneo, fueron los bogotanos Ammenti, quienes sorprendieron al público con la potencia de su Black Death Doom.
“A golpes de cabro”
El permiso otorgado por la policía indicaba que el concierto se debía acabar a la 1 de la mañana. Las luces del bar se encendieron a las 12:40 de la madrugada. Los rostros de los espectadores mostraban sonrisas y gestos de general satisfacción. Los organizadores recogieron los equipos de sonido y también los vasos de cerveza que estaban en el piso. Unos a otros estrecharon manos, y al salir del bar, el frío los obligó a buscar una licorería. En la calle algunos extrañaron el aguardiente Ónix, trago que soportan solo las más filudas lenguas. Para aguantar la gélida madrugada bastó con el licor más representativo de Boyacá, una caja de aguardiente Líder. Alguno de los bebedores sacó el tema de la banda Marduk, y de su rostro desenfocado salieron las palabras: A golpes de cabro toca cambiarle la mentalidad a los colombianos. Ninguno quiso hablar.
Atentar contra los valores y las buenas costumbres
No hay que pensarlo dos veces. El Black Metal no está hecho para simpatizar a cualquier oído. El corpse paint, los guturales, las distorsiones de las cuerdas, las baterías rápidas, y las letras que hablan de satanismo, ocultismo, paganismo, naturaleza, magia, ritos, hacen de este género una oscura siderúrgica de excluidos.
A principios del mes de octubre, con la negativa hacia la presentación en Bogotá de la banda Marduk, las palabras black y metal se repitieron en medios de comunicación, blogs, pancartas, tuits, bares. En fin, calculo que desde los años de La Violencia, con las famosas ‘corbatas colombianas’ que hacían los godos chulavitas, no se había sentido en el país tanta barbaridad orquestada por los que se llaman así mismos purísimos de alma y cuerpo.
El Black Metal nació para injuriar y pisotear a los opresores, a los que quieren ver rebaños con chequeras, a esos Marco Fidel Ramírez que dicen luchar por la familia, la familia prototipo de caucásicos rubios, hombre, mujer, niño, niña, empleada doméstica y french poodle, como en un comercial de papel higiénico familiar. A esos que señalan a los demás con sus regordetes dedos manchados de grasa de McDonald´s. A esos que les molesta la gente solitaria y ríen desde sus felices vidas editadas en Instagram. A esos que entre baba y bala quieren proteger sus buenas costumbres, como diría León María Lozano: es una cuestión de principios. El Black Metal es revelarse contra cualquier objeto que haga creer a la gente que son siervos. El Black Metal no se hace para simpatizar, o, llegar a ser jurado de La Voz Polonia (guiño para Nergal), se construye como protesta, como rebelión, ser el adversario, se quieren ver arder los paradigmas y acallar las lenguas de los débiles que los alimentan.
Tunja escenario para el diablo
Por sus mitos y leyendas, su afán por devoción, y sus retazos de barbarie, Tunja es un perfecto espacio para la presentación de bandas de Metal, incluida el Black, que como dicen los que saben de historia patria, los militantes más viejos de la escena metalera de la ciudad empezaron por oír este género, y pueda que ya no usen chamarras con parches de bandas, o que ya no lleven el pelo largo, pero siguen defendiendo esos paganos cultos.
Por años, gestores culturales, músicos y fans, han querido abrir espacios en Tunja, y en sí en todo el departamento, para subculturas como el punk, el rock y el metal. Lastimosamente la mano puritana de los gobiernos siempre se ha involucrado en procesos burocráticos que entorpecen las más mínimas propuestas.
Sin embargo, se debe rescatar que con los conciertos hechos durante los últimos años, de bandas internacionales como Nargaroth, y nacionales del tamaño de Inquisition, Masacre e Infernal, se han abierto caminos para que la ciudad capital de los boyacenses pueda ser un punto de referencia en el basto mapa del Metal.
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