De Rusia con amor: Los incendiarios

  Un ruso conquistó el corazón de los tunjanos y, no hay lugar adónde escapar. Su nombre es Mijaíl, pero no Bulgákov, sino uno con apellido más huraño, como de malo de película del Agente 007: Krasnov, Mikhail Krasnov. Trajo banderas nuevas con lemas de siempre: democracia, anticorrupción, transparencia, incluso prometió deshacerse de las políticas tradicionales que tanto daño han hecho a la capital boyacense. Como alcalde, el ruso ha exprimido hasta lo ridículo las redes sociales para tratar de mantener la aceptación de todos los ciudadanos y, sobre todo, ganar la confianza de quienes no votaron por él; y, hay cierta desesperación en ello, pues sabe que es manejado al antojo de un par de incendiarios rojos y algunos exiliados verdes, y sabe, que lo sabemos. Por eso, este capítulo de Café del Pasaje, es un camino bifurcado: ‘De Rusia con amor’, y, ‘Los incendiarios’. Capítulo uno, De Rusia con amor. Durante la última década he querido convencerme de que Tunja ya no es una ancia

De la política criolla y otros cuentos populistas


Populista: “Se dice que un gobierno o un partido es populista cuando su estrategia política se basa en propuestas que resultan atractivas para el pueblo, pero tienen un componente manipulador y demagógico”.
Demagogia: “Es una forma de acción política en la que existe un claro interés de manipular o agradar a las masas, incluyendo ideologías, concesiones, halagos y promesas que muy probablemente no se van a realizar”.
Llegan los de la feria. Bajan de las veredas, porque ellos dicen que son de bien adentro de Boyacá, del humo y del sortilegio, del cielo estrellado, de la hierba y la tierra donde los gritos de los grillos se confunden con las arengas de la política criolla. Sí, porque la moda es adjetivar la política.
Ahí vienen con sus gallinas también criollas, a ponerle los huevos a este gobierno, los huevitos criados en la finca esa que dicen que se llama Ubérrimo, la del paupérrimo ese del calcetín roto y calzado Crocs.
Vienen también a quedarse al Hogar de Paso de Boyacá, los amantes que no tienen para pagar la noche de motel. Traen a sus invitados en buses escolares, con girasoles dibujados en el pecho, y sábanas verdes porque no les gustan las cobijas que hay en la casa. Mucha pulga de rata debe tener ese Hogar, dicen.
Vienen bajando los de la feria con machete y untados de barro en la cara, estos señores y señoras arrastran a sus perros y a sus perras, vienen dándose palazos con los listones con los que arman sus puestos de chucherías. Vienen a apalearnos cuando se terminen de insultar entre ellos.
Boyacá no los espera, pero ahí llegan a ocupar las plazas estos señores de feria. Dolidos y malolientes porque no han parado de trabajar, de hacer tanto tuiteo, tanto de yotuve y de Youtuber, tanto hincharse de ego (gel), de tanto mascar habas para ver cuál es más boyaco, cuál es más verriondo para vender propaganda presidencial.
Los de la feria ya instalan las carpas y los puestecitos para mostrar sus palabras lastimeras, sus voces ahogadas en lágrimas e ira; vienen con sus pirotecnias y sus teatros ya preparados, porque no pueden quedar mal frente al público que espera un aliento que los divierta y quieren pagarles por el show, pero tienen sus billeteras vacías, porque igual la plata se ha perdido, si en cucharas, si en condones, si en papel higiénico, da igual, ya la plata no está.
El cráneo se les aflora cuando se les pierde el tarro de mermelada, se les alumbran los candiles y escriben prosa pura (la impura es para nosotros los espectadores). Sin embargo, cuando les preguntan a cuánto la gallina se ponen muy sensibles; a cuánto los cubiertos sacan videos (eso sí bien enruanados al mejor estilo gentleman criollo) y escupen a la cámara.
Boyacá no los quiere, pero ahí siguen en la feria política boyacense, rifándose el puesto del rey del gallinero. El departamento no merece ser reconocido por populismos y enfados de niños de quinto de primaria; la política es filuda como bella, pero no cabe en ese mundo fantasioso de la tierra de la boñiga, de donde dicen venir estos falsos señores agricultores, señores del campo (se hacen llamar), que resultan ser solo culebreros de feria.

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