Leer en el parqueadero del San Andresito

Quería escribir sobre literatura y el Pasaje de Vargas en Tunja. Pero, en mi irresponsabilidad con ofrecer la verdad al lector (si la mereciera), debo decir que ya no leo ni escribo en ese sitio. Los últimos años frecuento el parqueadero del San Andresito. Digo esto con el miedo de caer en el cliché de café, cigarrillo y libro . A dos cuadras de la Plaza de Bolívar, hay un centro comercial llamado San Andresito, con un amplio parqueadero donde hay un café de sillas de durísimo plástico, tambaleantes mesas metálicas, y donde por mil pesos te venden un tinto oscuro , de greca, como antaño, tinto que al primer sorbo sientes que te perfora el esófago . Y se puede fumar. Allí las tenderas aguantan mi silenciosa presencia durante dos o tres horas, con tres tintos y seis cigarrillos, según me atrape el libro que lleve. Entre algunas de mis recientes lecturas están El libro del desasosiego de Pessoa, Estrella Distante de Bolaño, La muerte feliz de Albert Camus, y novelas de autores boyace

Colombia entre ídolos y vacas sagradas


Criticar sin criterio es la barbarie de nuestros días. Asombrarse con el titular de la nota sin leer siquiera el primer párrafo de lo que quería hablar el autor, y en el móvil escribir lo primero que no piensa y abusar del dedo gordo sobre el botón de ‘publicar’.
Colombia está infestada de discusiones que pasan a ser deposiciones e insultos. Debates deplorables hinchados de posverdades a través de las redes sociales, la televisión, la radio; periodistas y columnistas que vendieron su columna (vertebral) para pagar el arriendo, y ahora caminan desgarbados mirando y escribiendo acerca de las motas en sus genitales.
Lo cierto acá es que para los colombianos pareciera ser menester rezarle y arrodillarse frente a figurillas, no de barro pero sí de cuando en vez vacías. Feligreses tartamudos que idolatran al sacerdote de turno y le dejan en la capilla el mercado y los hijos; comunidades Lgbti que convierten su sexualidad en su pilar de vida y no trascienden en demás temas; el carácter mecánico de politiqueros que besan la bandera verde sobre el culo del dictador para tener contrato fijo; y en asuntos deportivos, los huérfanos de autónomo criterio son más fervientes, fanáticos del fútbol olvidan las tácticas y destrezas del juego para elevar sobre ellos la vida personal de los jugadores, y, caricaturas montadas en ciclas de dos pesos hablando de lo bueno o malo que es el ciclista profesional.
Hoy las vacas sagradas -los intocables-, son Uribe, Falcao, James y Nairo, entre otros menos populares.
En Colombia no se puede criticar a ninguno de estos señores, porque son la representación de algo más grande que ellos mismos. Son ese puesto de ídolos dado por las gentes y que gracias a los medios de comunicación y las empresas patrocinadoras que los elevan al cielo entre ráfagas de egocentrismo, trascienden hoy al punto de ser vacas sagradas.
El ejemplo más reciente es el de Oscar Rentería, el comentarista de WinSports que habló más sandeces de las que su popularidad podía contener, es hoy el personaje más insultado de Colombia y sobre todo por los boyacenses, por hablar líneas de improperios acerca del desempeño de Nairo Quintana en el Tour de Francia. Es que acá no se sabe criticar y no se sabe responder a la crítica, acá el pueblo más feliz del mundo se mata a machete por estupideces como las mencionadas por el periodista.
Recuerdo el mensaje certero de la película Whiplash, una palmada en la espalda y un ‘bien hecho’ te hacen un mediocre (a Uribe debieron palmotearlo desde la cuna). Pero en Colombia de entrada las críticas son polarizadas, engreídas, cínicas, a favor o en contra de posturas deportivas o políticas, sesgadas a moler el nombre de quien se reprocha, no se escuchan los unos a los otros y todo queda resumido en un monólogo de yo me quiero y me gusta lo que digo, no tengo por qué escuchar al otro.
En Colombia se olvida que entre el esfuerzo y la disciplina, el fracaso es fundamental para mantener el enfoque sobre el camino al éxito de lo deseado; por eso Colombia debe ver con buenos ojos a Uribe, el mayor fracaso de la política del país, para así poder subir el peldaño a ser los mejores en la paz.
Colombia es indiferente a los escenarios de los derechos humanos, pero se le llena el dedo de cagarruta cuando les tocan al ídolo.
La Colombia crítica y con criterio debería estar pendiente de los 41 casos de líderes sociales asesinados hasta hoy en lo que va del 2017, de los bostezos políticos con la realidad de los que quieren liderar procesos de restitución de tierras, o representar a su comunidad indígena que muere de hambre en lo más adentro del país. Pero hoy todos tienen los ojos y el dedo puestos sobre Twitter o Facebook para la próxima afrenta al odio, la difamación y la cruda estrategia política heredada del pus de Estados Unidos. Colombianos que escriben cuartillas sin descanso acerca del enfermo Álvaro Uribe, de sobre si llamar violador a alguien lo condena o lo empata con el hecho de matonear a la hija de algún contrario. Periodistas populachos que hablando mal y bien de la gente se acomodan a las tendencias. Tomen su like.
A propósito de vacas sagradas, los #Uribelievers deben estar saltando de la dicha y con motosierra en mano por la maluca visita que hará el Senador Álvaro Uribe a la ciudad de Tunja el próximo sábado. Ojalá haya mucho periodista crítico y garrotero en ese evento.
Los encadenados al ‘me gusta’ y al emoticón: preparados, apunten, esputen.
Publicación original para EL DIARIO

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