Acabó el mundial en Catar y lo más representativo que
quedó de este en la memoria de los aficionados, fue el ridículo protagonizado
por el argentino 'Dibu' Martínez. Seguro todos lo vieron, incluso los más
científicos y cultos renegados al fútbol y quienes solo ven tenis y Fórmula Uno,
todos conocen el gesto enemigo del balompié.
Le aplaudieron el espectáculo al 'Dibu', enmarcó
primeras planas en periódicos de todo el mundo, opacó incluso la imagen del
mismísimo principito Messi. Las pantallas de los celulares aún muestran los
memes con la mueca estúpida del arquero argentino sosteniendo el 'Guante de
oro'.
Con ese solo gesto, insoportable tan solo al recordarlo,
sepultó las denuncias con las que inició el mundial de Catar, borró el esfuerzo
de equipos como Francia, Croacia y Marruecos, hasta el trabajo de su propio
equipo fue puesto en la guillotina por su acto de viril imbécil.
Eso queda del fútbol hoy: un pelafustán frota una
estatuilla contra su miembro y millones de aficionados ríen y aplauden,
cliquean like y comparten, viralizan la estupidez en la red.
Las nuevas generaciones están acostumbradas a ver e
idolatrar fanfarrones de la calaña del 'Dibu', porque las mafias que rodean al
fútbol así lo desean, exprimen la imagen de jugadores hasta que no les pueden
sacar más dinero y luego los desechan. La explotación laboral, las marcas que
les pagan absurdas sumas de dinero por sostener un paquete de papas, el mercado
de likes en redes sociales, canciones de despecho de Shakira, todo un circo
mercantil tirado sobre una grama sintética.
Por eso hoy, más allá del fútbol, está Pelé.
A mis 10 años pude visitar el estadio La Independencia
de Tunja. Fue para ver un partido de Lanceros (qué poderoso nombre para un
equipo de fútbol), contra Millonarios, y me interesé en el
fútbol, el juego y la técnica. Resulté sentado frente al televisor los sábados apoyando
al América de Cali.
Debo decir que, cuando intenté jugar ese deporte con
mis amigos, yo no era la primera opción cuando escogían jugadores para armar
los equipos. Ya que no contaba ni con el físico o la motricidad para pegarle al
balón, decidí ser un sabiondo estadista de datos importantísimos como por
ejemplo saber quiénes financiaban al América de Cali o patrocinaban al Nacional,
datos de fechas y nombres, y, mientras me documentaba, apareció en mi vida Edson
Arantes, Pelé, la envidia del mundo y el orgullo de la favela, las negritudes,
de Brasil, de Latinoamérica.
El juego bonito, la elegancia, la cara del juego
limpio y el ejemplo más impactante de la tenacidad y dedicación, el amor por lo
que se hace y el verdadero significado de la palabra talento.
Durante décadas pasarán falsos ídolos a través de las
pantallas y ninguno le llegará a los tobillos a Pelé, el rey del balompié. Algunos
podrán estar en desacuerdo, pero nadie podrá negar que fue O Rei quien, durante
los años del cincuenta y seis al setenta y siete, inventó todas las jugadas que
hoy los más jóvenes, apenas pueden imaginarse intentar repetir. Sigue siendo el
jugador más joven en marcar un gol en un mundial; pero, más allá de las
estadísticas, está el hecho de que nadie igualará la fantasía de esa enorme
leyenda, que vivió su niñez pateando mangos y se retiró del fútbol a los
treinta y seis con tres copas del mundo en su mesa de noche.
Si alguna de mis hijas un día quisiera practicar
fútbol, sin duda le enseñaré de la vida de Edson Arantes Do Nascimiento, un
verdadero mago en la cancha y una persona ejemplar fuera de ella.
Adiós a los dibus y divas del fútbol de hoy.
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