Las cenizas de la primavera - Todos hacemos parte de la farsa

  Las cenizas de la primavera de Julio Medrano entra en el terreno de la metanovela para mostrarnos el talante de quien ve en el oficio de la escritura una carrera contra el tiempo. Ésta es la nueva entrega de un novelista curtido en las lides de la narrativa que sigue posicionando una voz singular y necesaria en la literatura regional y nacional. El relato tejido con pulso de galeno nos devela cada jugada en este ajedrez literario mientras un ciempiés inquisidor nos observa desde el lomo del propio libro. Todos hacemos parte de la farsa cruel donde los personajes, incluido el lector, intentan develar un destino que desde siempre estuvo signado por los caprichos de un astronauta con falda de Hello Kitty. ¿Hay esperanza? Tratamos de resolver la pregunta a lo largo de estas páginas mientras vemos a una madre proteger a su hija de la violencia inoculada, cuando acompañamos a Volkova a salir de su tierra en busca de futuro mejor o presenciamos el surgimiento del amor entre tres alm...

Mandarina Killer, de Julio Medrano (selección)

 





Lucía aún no llega

Hoy es jueves y las tabernas de la carrera 11 con calle 3 están llenas de borrachos, por eso me impacienta la tardanza de Lucía. El barrio es pequeño y con los años se ha ido convirtiendo en el nuevo matadero de Tunja. Se llama Barrio Obrero, pero los residentes prefieren llamarlo Tierra Negra, por la grasa y el aceite que escurre de los talleres de mecánica. Los andenes están destruidos por los buses que se montan a esperar unas manos duras que les curen sus achaques, las calles son basureros colmados de colillas y latas de cerveza. Aquí hay más mugre que asfalto. Aquí todo se desgasta aprisa: el cemento, los postes, las mascotas, los niños, la cordura. Estas calles te amoldan a punta de varilla y navaja. Los mecánicos se muelen a golpes por ganarse un cliente y posibilitar la venta de autopartes defectuosas o de dudosa procedencia. Aquí, quien es legal, pierde. Aquí los niños no juegan pelota, ni montan bicicleta, ni les importa internet. Pasan las tardes jugando a ser capos, a ser pablitosescobar; son pandilleros montados en bicicleta, con camisetas de fútbol gracias a que la ciudad ya cuenta con estadio y con equipo profesional, ostentoso malgasto burocrático, puro bisnes, mientras las escuelas de las periferias son una ruina. Los niños de este barrio son contrabandistas en el día y atracadores en la noche, pero conmigo no se meten porque saben que camino con la muerte encima, apesto a cadáver, saben que soy carroñero y si vienen a mí me los como, los hago prisioneros de mi espina y de mi verso, esos nómadas bárbaros no me tratan porque nunca llevo dinero.

En este barrio me siento seguro porque por aquí nadie se atreve a venir, ningún Testigo de Jehová vendrá a importunar un sábado en la tarde y los cobradores, tan gentiles y desagradables, sufrirían una decepción al ver los muros de los edificios pintados con una mezcla de spray-mierda-vómito-moco-orines-chicha-sangre.

Aquí todas las casas usan triple cerradura, lo sé porque después de las siete de la noche se escucha, al unísono, el tac tac tac en las chapas de las puertas, como un coro de campanillas anunciando la hora de dormir.

Sólo en mi calle hay cinco cantinas y en cada una hay al menos quince mecánicos bebiendo, padres e hijos que llegan a los talleres a trabajar a las siete de la mañana, y tres horas después empiezan su jornada de ebrios profesionales; después de las doce de la noche, cuando la policía los obliga a salir de las cantinas, se tumban en las aceras, completamente ebrios, tratando de sostener un cigarrillo entre sus dedos anchos y grasientos, mientras gritan arengas en contra del Imperialismo. Esas cantinas también abren los domingos; aquí no hay día que se libre del alcohol ni de la mugre.

Hoy es jueves, son las nueve y un cuarto de la noche y Lucía aún no llega.

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Nota original en: Revista Letralia

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