Las cenizas de la primavera - Todos hacemos parte de la farsa

  Las cenizas de la primavera de Julio Medrano entra en el terreno de la metanovela para mostrarnos el talante de quien ve en el oficio de la escritura una carrera contra el tiempo. Ésta es la nueva entrega de un novelista curtido en las lides de la narrativa que sigue posicionando una voz singular y necesaria en la literatura regional y nacional. El relato tejido con pulso de galeno nos devela cada jugada en este ajedrez literario mientras un ciempiés inquisidor nos observa desde el lomo del propio libro. Todos hacemos parte de la farsa cruel donde los personajes, incluido el lector, intentan develar un destino que desde siempre estuvo signado por los caprichos de un astronauta con falda de Hello Kitty. ¿Hay esperanza? Tratamos de resolver la pregunta a lo largo de estas páginas mientras vemos a una madre proteger a su hija de la violencia inoculada, cuando acompañamos a Volkova a salir de su tierra en busca de futuro mejor o presenciamos el surgimiento del amor entre tres alm...

Notas sobre la arquitectura de las ciudades y la apropiación de nombres de especies arbóreas para las construcciones



Paul Crutzen, premio Nobel de química, en el año 2000 lanzó al mundo el concepto Antropoceno, la época geológica actual que refleja el impacto del hombre sobre la tierra. Tras discusiones cargadas de pedigrí intelectual, el término se quedó en la sociedad científica. Expertos aseguran que esa época iniciaría a partir de la revolución industrial.

Según un estudio de la Universidad de Queensland, “las actividades humanas transforman radicalmente los ecosistemas terrestres”. Decía también que la minería, la agricultura y la urbanización, han transformado ya el 75% de la superficie terrestre con materiales como asfalto, cemento, vidrio o metal. Si arrojo la colilla del cigarrillo, esta irá al caño y de ahí viajará al río donde, náufraga, extrañará el sabor de mis labios.

La construcción de gigantescas estructuras para armar ciudades, terminarán por hundirnos en asfalto, metal, hormigón y libros de literatura fanfarrona y/o superación personal.

Los arquitectos y constructores arrasan con hectáreas de bosque para realizar edificios y centros comerciales. En un irónico y cínico remedo, el hombre (y también la mujer, para los que tienen problemas con la falta de inclusión de género en la literatura) registra en las notarías a sus edificaciones con nombres de especies arbóreas. Dicen: He aquí mis torres de Acacias, mi edificio Pinos del norte, mi conjunto de casas Los Sauces, Cedros, Nogal, Palmas, Robles.

En el más abyecto egocentrismo capital nos concentramos en palabras rimbombantes como libertad y/o democracia, tenemos cuantos hijos queremos (al menos en Latinoamérica), producimos más plástico que mierda; autos y carreteras, familias con dos o tres autos para ir del trabajo a la casa y al centro comercial, celulares, televisores, computadoras, música, libros, cerveza, cigarrillos, cafeteras italianas, todo sin pausa, fábricas, desperdicio; en el mundo hay más vacas de las que podamos consumir (aun así niños mueren de hambre). La libertad individual tendrá que ser sacrificada por un bien común humano, sobrevivir.

No me interesa animar a nadie a cambiar hábitos de manejo de desperdicio, ni pensar en la destrucción acelerada de nuestro ecosistema, o, preguntar ¿con cuánta basura contribuyó el día de hoy para nuestro exterminio?, ¿cuánta energía eléctrica consumió esta semana para su satisfacción y entretenimiento?, ¿cuántos hijos sembró en el mundo y cuántos árboles serán sacrificados para educarlos? No soy hippie, ni me considero ambientalista, o, un fascista o comunista con cartillas de regímenes de control natal, para eso están los políticos seguidores de Mao y/o Fujimori. No hablaré de obvios resultados devastadores para el planeta, eso ya lo escribieron Asimov, Bradbury y Philip K. Dick en sus visiones del mundo que habitamos hoy. No me interesa desvelarme calculando el aproximado de cuántas colillas de cigarrillo he tirado a la calle en toda mi vida como fumador. Solo busco enfocar estas líneas hacia el por qué los arquitectos nombran a sus creaciones igual que los árboles arrancados para tener espacio donde construyen sus edificaciones, ¿es acaso algún tipo de ritual que enseñan en los últimos semestres de la carrera de arquitectura?:

PROFESOR: Si hay pinos en el terreno donde construirán, llamarán a su edificación con el nombre de Pinos. Pinos del norte, Pinos de Oriente, Pinos verdes, Altos pinos, Pinos de Altagracia.
ALUMNO: Profesor, y, ¿si construyo una casa en la playa?
«Risas de otros alumnos».
PROFESOR: (Frunce el ceño y mira severamente al alumno) Algún tipo de planta deberá ser destruida, ya sea en el terreno, o, que sirva como material de construcción.
ALUMNO: Profe, y, ¿si no sé el nombre de la planta?
PROFESOR: Recuerden siempre cargar su copia del libro Árboles del mundo, de Tom Petherick (escribe el apellido sobre el tablero de acrílico), será su guía ilustrada.
«Ovación final».

Los resultados de esta transformación catastrófica serán la inminente asfixia del planeta y sus peores invasores.

Están muy de moda los edificios ecológicos. Es la misma miseria del ser humano contra la naturaleza, adornada con arbustos enfermos.

Julio Medrano
Diciembre, 2021


 Publicación original para EL DIARIO

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