Kirsten Justesen, Surfacing / Oven Vande (1990-1992)
Las cuchillas
oxidadas que dejaste sobre el retrete gruñían por mi sangre, querían morder mis
mejillas de nuevo, pero en lugar de hacer el ritual de desollarme el rostro,
elevé mi cuerpo como un suricato dando aviso de la conquista y volví la mirada
hacia tu obsequio de aniversario: una inmensa grieta en el cielo por donde caía
una lluvia de cabezas de pescado, y las cuchillas rieron mientras las cabezas
caían sobre las alas de Gregorio Samsa, sobre tus zapatos verdes de tacón alto,
se precipitaban a oler el lívido perfume de Marguerite Yourcenar, caían
ligeramente sobre los cigarros, mis cigarros, porque fumo, ¿recuerdas?
Las
ratas dejaron de fijarse en mí, se cansaron de que mi carne supiera a café con
vino, de que no me lavara el pelo, de que hubiera dejado de ser el mismo desde
tu partida; dejaron de fijarse en mí porque les preocupaban más los
cigarrillos, y en lugar de golpearlas, te escribía, y con bolígrafo, porque
escribo, ¿recuerdas?
Tu
cenicero reposaba sobre mi cabeza, aguardaba ser inundado, culminado, ser bien
servido por la ceniza de mi angustia, ser útil instrumento de guerra, ser
asesino, ser violador junto a mis dedos para conocer el sabor de tus piernas,
pero no le interesaba ser día o ser noche, si volvías por él o por mí, no le
interesaba si te daban flores o espinos, porque es inerte como yo, ¿recuerdas?
Lindo
regalo, hubiera querido poder compartirlo con el grillo que no dio ni un
instante de consuelo a mis oídos, con aquel astronauta que desde su luna lanzó
su casco a mi tejado, con la carroña que me miraba desde el suelo con todas sus
tripas reventadas, y por supuesto, con la muerte que me acecha más a menudo
desde que te la llevaste: la máquina, la de escribir, porque escribo, y ahora
con bolígrafo, ¿recuerdas?
Las
ratas hurtaron mis cigarrillos, quería acabarlas, pero en lugar de discutir con
ellas, sonreí, como un bien inoportuno sonreí. No pude vomitarles conejitos
como lo haría Cortázar, pero pude embriagarlas y retorcerles el cuello como lo
haría Bukowski, no pude atrasar el despertador de mi vecina, pero pude
convertirme en cántico busetero, y no pude aplastar al grillo pero pude
enviarle una postal pidiéndole que por favor cesara de tocar su violín
sofocante, porque la vida es un cuento, ¿recuerdas?
El
espacio se colmó de mi humo gris. Las aborrezco, rieron a carcajadas mientras
los fumaron todos uno por uno, celebraron porque se enteraron del veneno que les
puse a sus galletas. Disimulé la traición y recogí, cabeza por cabeza, tu
lluvia de aniversario, qué lindo regalo, sabías que odio el pescado como odio
afeitarme, que lo odio como amo a tu cenicero, porque también amo, ¿recuerdas?
Una
cabecita salió de su escondite y se burló del rostro con el que me dejaste
plantado en el espejo un día, no me importó; se burló de mi cántico busetero,
sonreí; se burló que en mi pecho aún estuviese abierta la herida, en seguida
tomé uno de tus zapatos verdes de tacón alto y lo aventé hacia la pared para
aterrorizarla, pero en lugar de huir me brindó un cigarrillo, mi cigarrillo, lo
acepté pensando en que ese era el mejor obsequio del día, porque fumo,
¿recuerdas?
Decidí
convertirme en humano y salir por un poco de vino y más cigarrillos, porque
cuando te largaste me bautizaste rata, ¿recuerdas?
***
Texto publicado en Ezis, 2019.
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Julio Medrano
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