Leer en el parqueadero del San Andresito

Quería escribir sobre literatura y el Pasaje de Vargas en Tunja. Pero, en mi irresponsabilidad con ofrecer la verdad al lector (si la mereciera), debo decir que ya no leo ni escribo en ese sitio. Los últimos años frecuento el parqueadero del San Andresito. Digo esto con el miedo de caer en el cliché de café, cigarrillo y libro . A dos cuadras de la Plaza de Bolívar, hay un centro comercial llamado San Andresito, con un amplio parqueadero donde hay un café de sillas de durísimo plástico, tambaleantes mesas metálicas, y donde por mil pesos te venden un tinto oscuro , de greca, como antaño, tinto que al primer sorbo sientes que te perfora el esófago . Y se puede fumar. Allí las tenderas aguantan mi silenciosa presencia durante dos o tres horas, con tres tintos y seis cigarrillos, según me atrape el libro que lleve. Entre algunas de mis recientes lecturas están El libro del desasosiego de Pessoa, Estrella Distante de Bolaño, La muerte feliz de Albert Camus, y novelas de autores boyace

A las ratas nos preocupan los cigarrillos

Kirsten Justesen, Surfacing / Oven Vande (1990-1992)


 
Las cuchillas oxidadas que dejaste sobre el retrete gruñían por mi sangre, querían morder mis mejillas de nuevo, pero en lugar de hacer el ritual de desollarme el rostro, elevé mi cuerpo como un suricato dando aviso de la conquista y volví la mirada hacia tu obsequio de aniversario: una inmensa grieta en el cielo por donde caía una lluvia de cabezas de pescado, y las cuchillas rieron mientras las cabezas caían sobre las alas de Gregorio Samsa, sobre tus zapatos verdes de tacón alto, se precipitaban a oler el lívido perfume de Marguerite Yourcenar, caían ligeramente sobre los cigarros, mis cigarros, porque fumo, ¿recuerdas?
Las ratas dejaron de fijarse en mí, se cansaron de que mi carne supiera a café con vino, de que no me lavara el pelo, de que hubiera dejado de ser el mismo desde tu partida; dejaron de fijarse en mí porque les preocupaban más los cigarrillos, y en lugar de golpearlas, te escribía, y con bolígrafo, porque escribo, ¿recuerdas?
Tu cenicero reposaba sobre mi cabeza, aguardaba ser inundado, culminado, ser bien servido por la ceniza de mi angustia, ser útil instrumento de guerra, ser asesino, ser violador junto a mis dedos para conocer el sabor de tus piernas, pero no le interesaba ser día o ser noche, si volvías por él o por mí, no le interesaba si te daban flores o espinos, porque es inerte como yo, ¿recuerdas?
Lindo regalo, hubiera querido poder compartirlo con el grillo que no dio ni un instante de consuelo a mis oídos, con aquel astronauta que desde su luna lanzó su casco a mi tejado, con la carroña que me miraba desde el suelo con todas sus tripas reventadas, y por supuesto, con la muerte que me acecha más a menudo desde que te la llevaste: la máquina, la de escribir, porque escribo, y ahora con bolígrafo, ¿recuerdas?
Las ratas hurtaron mis cigarrillos, quería acabarlas, pero en lugar de discutir con ellas, sonreí, como un bien inoportuno sonreí. No pude vomitarles conejitos como lo haría Cortázar, pero pude embriagarlas y retorcerles el cuello como lo haría Bukowski, no pude atrasar el despertador de mi vecina, pero pude convertirme en cántico busetero, y no pude aplastar al grillo pero pude enviarle una postal pidiéndole que por favor cesara de tocar su violín sofocante, porque la vida es un cuento, ¿recuerdas?
El espacio se colmó de mi humo gris. Las aborrezco, rieron a carcajadas mientras los fumaron todos uno por uno, celebraron porque se enteraron del veneno que les puse a sus galletas. Disimulé la traición y recogí, cabeza por cabeza, tu lluvia de aniversario, qué lindo regalo, sabías que odio el pescado como odio afeitarme, que lo odio como amo a tu cenicero, porque también amo, ¿recuerdas?
Una cabecita salió de su escondite y se burló del rostro con el que me dejaste plantado en el espejo un día, no me importó; se burló de mi cántico busetero, sonreí; se burló que en mi pecho aún estuviese abierta la herida, en seguida tomé uno de tus zapatos verdes de tacón alto y lo aventé hacia la pared para aterrorizarla, pero en lugar de huir me brindó un cigarrillo, mi cigarrillo, lo acepté pensando en que ese era el mejor obsequio del día, porque fumo, ¿recuerdas?
Decidí convertirme en humano y salir por un poco de vino y más cigarrillos, porque cuando te largaste me bautizaste rata, ¿recuerdas?

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Texto publicado en Ezis, 2019.


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Julio Medrano


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