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Los muertos no muerden.Stevenson
‘Bajo nuestro fuego’, no es el título de un poema de Neruda, es la primera línea que se lee en los panfletos de las Águilas negras que invaden con más frecuencia los municipios colombianos.
Los políticos y seguidores de las ideas de derecha ocultan sus barbaridades tras renglones de la Constitución y en alguno que otro de la Biblia donde se respeta y aboga por la vida; pero, la realidad es que en Colombia es el machete y la bala el recurso primario de estos mandamases.
La estrategia es dejarle todos los muertos que se puedan a la era de Santos para que cuando Duque se posesione, ordenar a los paramilitares un cese al fuego, al menos por el primer mes de mandato. Encender, masacrar, balear, cercenar, callar las voces que se puedan, porque esos nombres quedarán en la lista del Nobel de paz y Duque no tendrá un solo muerto encima.
Es también armar con verborrea a ancianas y niños para que defiendan los dogmas y paradigmas de un Estado obsoleto de derecha; armar con machete a los campesinos para defender el dólar que viene en semillitas; armar con fusiles a los que con cruz en mano quieren apoderarse de la tierra que no les pertenece; armar con cuentas de twitter a la aristocracia para adornar con vericuetos populistas la verdad que venden a los miedos de comunicación; armar con crocs a los periodistas para que no sean más lamesuelas y puedan descansar su lengua en los huequitos del incómodo plástico.
La derecha colombiana ha organizado sus falsedades para echarle todos sus muertos a las disidencias, a las guerrillas, a los líos de faldas, al clan del golfo, a los vacíos que no fue capaz de llenar la actual presidencia.
El cruel arrinconamiento a la izquierda
El pensamiento de centro que propagó De La Calle, Robledo y Fajardo, incluso Claudia López, afirmaba que las propuesta de la izquierda eran una lucha de extrema izquierda, guerrerista e infundadora de miedo; confinaron en una sola bolsa negra a todos los que tenían pensamientos de izquierda, le pusieron el rótulo de guerrilla, y la lanzaron a los cerdos.
Los colombianos creyeron cada acusación y señalamiento por parte del centro hacia las políticas que no les favorecían estadísticamente.
El daño está en que estas ideas de que la izquierda es guerra y odio, las adoptaron los de derecha para fundamentar sus ataques y trastornos, y hoy son los que se llaman así mismos ‘los buenos’.
Estos sujetos de bien apestan a muerte
Las gentes de la derecha ruin y farsante, ha construido desde inicio de la pasada segunda vuelta a elecciones presidenciales, la estrategia de llamarse nobles y bondadosos, los incorruptibles, los mártires de la historia de la violencia en Colombia.
La piara uribista frente al atril y con pulgar en el tuit, arenga que los que forjan odio y violencia en el país son todos aquellos que no están de acuerdo con las ideas de derecha. Todos son criminales a los ojos purulentos de estos mansos palabreros.
Sin embargo, en el lodazal en el que se revuelcan, hiede el vaho de cientos de cadáveres, de personas que defendieron propuestas de paz, de cultura, de educación.
Prohibido quejarse en el país de los uribistas
Cualquier acto que se haga para pedir la paz será menospreciado y pisoteado por estos quejumbrosos moralistas de derecha.
El pasado Velatón, convocado por la población y que logró reunir a cientos de miles de personas en plazas del país (entre los que hicieron parte académicos, estudiantes, actores, militares, policías), a la mañana siguiente el Centro democrático lo llamó marcha política petrista, desconociendo el dolor que sienten los colombianos al ver en el horizonte la barbarie que empieza a imponerse para estos próximos cuatro años del gobierno de Uribe III.
Se ve en redes sociales cómo se mancilla el nombre de cualquiera que pida que no se realicen procesos de ‘fracking’ en su territorio, cómo se escupe y se sepulta la palabra de aquel que es capaz de levantar el puño para gritar que no quiere morir con botas nuevas.
Bajo nuestro fuego, se refugian los buenos entes de luz. Bajo tierra, quedan los que defienden la vida.
Publicación original para EL DIARIO
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