Leer en el parqueadero del San Andresito

Quería escribir sobre literatura y el Pasaje de Vargas en Tunja. Pero, en mi irresponsabilidad con ofrecer la verdad al lector (si la mereciera), debo decir que ya no leo ni escribo en ese sitio. Los últimos años frecuento el parqueadero del San Andresito. Digo esto con el miedo de caer en el cliché de café, cigarrillo y libro . A dos cuadras de la Plaza de Bolívar, hay un centro comercial llamado San Andresito, con un amplio parqueadero donde hay un café de sillas de durísimo plástico, tambaleantes mesas metálicas, y donde por mil pesos te venden un tinto oscuro , de greca, como antaño, tinto que al primer sorbo sientes que te perfora el esófago . Y se puede fumar. Allí las tenderas aguantan mi silenciosa presencia durante dos o tres horas, con tres tintos y seis cigarrillos, según me atrape el libro que lleve. Entre algunas de mis recientes lecturas están El libro del desasosiego de Pessoa, Estrella Distante de Bolaño, La muerte feliz de Albert Camus, y novelas de autores boyace

Dios nos salve de la Emboscada: religión y política contra Colombia




Caminaba entre la multitud que gritaba arengas de paz, adopción, aborto, y, un aullido me quedó grabado en la memoria, era el obispo pidiendo respeto para sus creencias. El aullido no fue escuchado porque la gente quiso creer en un cambio.
En Colombia se reúnen los grupos religiosos para manifestar sus creencias y embutirlas en las políticas del país. Esto ha sido de siempre, pero no por eso se debe dar pie para que estos camanduleros hagan de las suyas de Concejo para arriba. Aunque Colombia sea estado laico, siempre se ha visto empañada la Constitución por la palabra de la Biblia. Desligar la Iglesia Católica (y ahora la Evangélica) de la política del país es el deseo de una fuerza juvenil creciente.
Los obispos se palpan las dos onzas colgantes y gritan en agudo Mi: “Hacemos un llamado a los fieles católicos para que expresen públicamente y  defiendan los valores de la fe cristiana”, esperando una horda de uribistas y ordoñedistas, popeyistas, y cuanto matón de cruz en boca se les pegue a las marchas. No se han dado cuenta que de polvo son, de polvos vienen y en polvo quedarán dentro del misterio de la tumba.
La iglesia evangélica comprometida con la virtud de Jesucristo, parece más bien segura de una duradera estancia bajo las naguas de la extrema derecha y acá lo que importa es el diezmo, y el óptimo ojo que tenga Uribe para fundarles tierra santa.
La iglesia católica ha sido la más nutrida por la fe de los colombianos, país de seminaristas abusados con cuentas de hierro y falos longevos, país donde todos reclaman al Cristo y beben su sangre los domingos a las seis a.m. para a las 8 p.m. fustigar al hijo biblia en mano y dedo en el ano.
Los moseñores y pastores recostados sobre el sudor del obrero, no son más que una especie en extinción, se ve con más fuerza a los grupos juveniles que rechazan los pueriles engaños religiosos, a los académicos fundando atea iluminación universitaria, al vecino preguntándose por qué un dios puede ser tantos dioses y estallar en Irak.
Hago parte de una familia cristiana, y por otro lado, hago parte de una familia católica; por eso, sé que la religión de una u otra, no son más que el negocio político perfecto. La creencia en figurillas de a peso oro, las misas porque el gobierno de fulano sea una corruptela ‘bien’ vista, la reunión dominical para que el gobierno de zutano se cobije bajo la ruana otro contrato cordobés. Amén.
Están asustados los señores de la fe, pidiendo a sus fieles marchas contra el aborto, la adopción gay y hasta la eutanasia, saben que sus sueldos se les vaciarán pronto cuando esa fuerza de pensamiento verdaderamente libre de los jóvenes les pisotee el negocio.



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